Muerdo, luego hago daño

17/7/12

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"Ocurre, que algunas noches, durante los polvos donde también se corre el maquillaje tras el cual aseguran que se esconde una mujer, suceden las más inverosímiles de las conversaciones y las más fantásticas de las historias. Tal vez sean los cuerpos desnudos, que nos quitan los disfraces con los que salimos cada mañana de casa. O tal vez sean las últimas caladas de ese cigarro aliñado justo antes de empezar a gemir.


Sea como fuere, lo último que esperaba es que esa fuese una de esas noches. De esos polvos. De esas historias.


- Alégrate, lo has conseguido.


- ¿Qué?



- Eso.


Y entonces ocurre. Tiro de freno de mano, con el consiguiente trompo. Me quito de encima. Y miro. Y cierro los ojos. E intento trasladarme a otro lugar, a otro polvo, a otra cama. Pero no.



Y el silencio. Un silencio que se puede oir. Un silencio que transmite mucho más que cualquier palabra, que cualquier mirada, que cualquier lametón de la droga más pura. Hasta que...



- Espera...



- ¡Convirtámonos en desconocidos!



- Hasta volvernos a conocer.



- Hasta volvernos a conocer..."